"IMPERATOR ULTIMUS" ALEJANDRO EL MAGNO - MISTERIO Y REALIDAD
Ciclo de pinturas de Tamás Náray - 2025
Las obras del ciclo ya están disponibles para la compra; las pinturas solo pueden ser recogidas después de la exposición que se celebrará en octubre en Budapest. ¡Para más detalles, consulte a nuestros colegas!
¡Los colores que aparecen en la pantalla pueden diferir de los tonos reales de las obras y reproducciones debido a las diferentes propiedades/configuraciones de las pantallas y tarjetas de video!
La concepción
- 40 x 40 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad"
- VENDIDO
La obra evoca una historia nacida en la frontera entre el mito y la realidad: la leyenda según la cual Alejandro no solo era hijo del rey de Macedonia, sino descendiente de Zeus, un semidiós cuyo destino fue sellado por el poder divino desde su concepción.
En el centro de la composición aparece un arco rojo brillante: una media luna que simboliza tanto el sello como el útero. En ella se integra la esfera dorada: el embrión, la semilla divina que lleva la chispa de Zeus. El resplandor dorado irradia la pureza de la nueva vida y la luz de la elección divina.
Las líneas doradas diagonales atraviesan la composición como lanzas o rayos: las fuerzas de la concepción divina que perforan el arco rojo, fertilizando el principio femenino. Como si los rayos del cielo fijaran en el mundo terrenal la promesa de la inmortalidad.
El azul profundo del fondo evoca la infinitud del cosmos: el escenario del universo donde se desarrolla la historia. En este espacio oscuro y eterno, la leyenda se convierte en realidad: el sueño de Filipo, Zeus apareciendo en forma de serpiente, el nacimiento acompañado por la tormenta, todo se condensa en un único drama catártico.
El rojo es el color del deseo y del cuerpo, el oro de la santidad, el azul de la eternidad. En esta tríada se formula el misterio del origen de Alejandro: una historia que encierra a la vez el temor humano, la predestinación divina y el poder creador de mitos.
El sueño de Olimpia
- 100 x 100 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad"
- VENDIDO

La visión de una noche especial está en el centro de la pintura: el sueño de Olimpia, que Plutarco registró para la posteridad. La reina se vio a sí misma girando en una espiral de azul infinito, en los suaves abrazos de unos brazos, cuando de repente se desató una tormenta y un rayo azul golpeó su vientre. La llama que surgió de esto llenó la habitación y finalmente se apagó; ella despertó acostada en el suelo. Este sueño fue más que una simple imaginación: presagiaba el destino de imperios.
La forma espiral que domina la composición atrae la mirada como un remolino. La espiral que se despliega desde el azul infinito es la personificación del destino: una forma cósmica que se pliega sobre sí misma, en la que el cuerpo y el alma de Olimpia también se sumergen. En el interior del remolino azul brilla una luna nueva: símbolo del nacimiento y del futuro, prueba de que el niño que viene no lleva un destino humano común. La luna nueva en el centro no solo simboliza el momento del nacimiento, sino también la promesa de crecimiento y realización. Iluminando en lo profundo del remolino, sugiere: el niño que nace bajo la luz de la luna creciente tiene un gran futuro por delante.
Los hilos dorados que caen desde la región superior son símbolos de la presencia divina. Estos golpes etéreos evocan a Zeus, quien toca el vientre de Olimpia como un rayo, sellando el origen divino de su hijo. La llama del rayo que se encendió en el sueño llenó la habitación; en la pintura, esto aparece como vibrantes bandas rojas y naranjas que irrumpen como fuego en el borde del azul.
En los bordes exteriores de la espiral, las manchas rojas y doradas muestran el encuentro entre el deseo terrenal y la voluntad divina. La ternura de los brazos de Filipo, la intimidad humana de la noche de bodas, solo aparecen como fondo: todo queda superado por la intervención divina, que sella el nacimiento de una de las figuras más grandes de la historia.
Así, "El sueño de Olimpia" lleva consigo la triple naturaleza de la sensualidad humana, la revelación divina y el llamado. La espiral, el rayo y la luna juntos no solo representan el sueño de una mujer, sino el nacimiento de toda una era.
Las llamas de Éfeso
- 100 x 100 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad"
- DISPONIBLE
A primera vista, la obra parece como si el propio lienzo estuviera en llamas. La composición se divide en dos polos principales: la superficie dorada de la izquierda, que evoca la pureza sagrada y atemporal del templo, y la ondulación roja y azul profundo de la derecha, que simboliza la destrucción y el destino. No hay transición armoniosa entre los dos, al contrario: el encuentro de ambas fuerzas genera una energía chispeante, casi explosiva.
El punto de partida de la imagen es un momento histórico: en el año 356 a.C., la noche del nacimiento de Alejandro Magno, se incendió el templo de Artemisa en Éfeso, uno de los santuarios más maravillosos de la antigüedad. Según la interpretación de los magos persas, el fuego no fue casual: nació alguien que traería destrucción a imperios y pueblos, y redibujaría el mapa de la historia. Según la leyenda, el templo pudo arder porque su diosa estaba ayudando en el nacimiento de Alejandro, convirtiendo así el nacimiento del niño en la sombra de la destrucción de un lugar sagrado. Esta explicación mítica resuena en cada vibración del lienzo.
El campo rojo de la derecha –el color de las llamas vivas y furiosas– puede interpretarse también como un ataque contra el orden divino: el nacimiento humano y la destrucción del templo divino se superponen. De las llamas surgen sombras azules: la ceniza que queda tras el fuego, el duelo y el matiz trágico del futuro. Como si el azul advirtiera: la llama no es solo luz, sino también destrucción inevitable.
A la izquierda, la superficie de oro viejo y blanco evoca la pureza del templo y la presencia de Artemisa. El oro parece conservar los últimos restos de la santidad, porque el cuadrado rojo incrustado en la composición –el motivo del altar– protege el espacio sagrado: preserva todo en la memoria de la historia.
La obra es en realidad una profecía visual alusiva: el lado izquierdo representa el orden divino, defendido por la santidad del altar, mientras que el derecho representa la violencia histórica. El nacimiento de Alejandro Magno no es solo la llegada de un hombre al mundo, sino el punto de inflexión de una era: un fuego que lo cambia todo, pero que también lo consume todo.
La obra documenta y profetiza a la vez: evoca una de las noches más dramáticas del pasado, mientras despierta en el espectador la pregunta de si todo gran nacimiento lleva consigo la promesa de la destrucción.
Ha nacido un rey
- 100 x 100 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA LA COMPRA
La pintura es una alegoría del principio y el destino: representa la dimensión cósmica del nacimiento de un gobernante que sube al escenario del mundo. El nacimiento de Alejandro ya trascendía el destino humano en la leyenda de su concepción, y esta obra es la formulación pictórica de una profecía tejida con fuerzas celestiales.
Las capas doradas y bronceadas que dominan el campo visual evocan la solidez de la tierra, el mundo material de los continentes, que el gobernante más tarde unió a través de sus conquistas. En contraste, el flujo azul que surge en la parte inferior de la composición simboliza los mares: un mundo sin fronteras que, durante las campañas, unificó el mundo conocido en un imperio.
El elemento central de la pintura es el cuadrado carmesí: un símbolo sagrado que evoca tanto la santidad del altar como la universalidad de la fe. Este cuadrado aparece como una fuerza que se eleva por encima de las religiones y marca el encuentro entre la voluntad divina y el destino humano.
Las franjas blancas, parecidas a nubes, que caen sobre el campo visual representan la pureza de las almas: la inocencia de aquellas almas que, en virtud de su pacto con el cielo, aceptan el destino, incluso si eso significa perder su pureza. Estos rayos de luz parecen transmitir simultáneamente la promesa del cielo y el peso del destino.
La tríada de rojo, oro y azul encarna la plenitud del nacimiento: el mundo terrenal, la dimensión divina y el camino de la conquista. La pintura es a la vez etérea y humana, mítica e histórica. Así, el momento del nacimiento no es solo la llegada de un niño, sino el nacimiento de una era: la del helenismo, que brotó de la corta pero transformadora vida de Alejandro.
El secreto de Olimpia
- 81 x 70 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad"
- DISPONIBLE PARA COMPRA
El cuadro emerge del tejido de leyendas y silencios. Olimpia, quien en vida y muerte siguió siendo la mujer de los misterios, nunca respondió a la pregunta que podría haber determinado el destino de su hijo y su imperio: ¿realmente Alejandro Magno era hijo de Zeus?
Según la tradición, incluso Roxana le preguntó sobre esto mientras intentaba salvar al pequeño Alejandro IV durante su huida, pero Olimpia se llevó el secreto a la tumba.
La composición cerrada del lienzo parece encarnar el propio secreto: un espacio construido por formas cuadráticas que se abrazan, en cuyo centro brilla el cuadrado rojo: la santidad del altar, el sello del origen divino. Este cuadrado alude tanto al poder de los dioses invisibles como a la verdad no dicha, que nunca se convirtió en certeza.
En la parte superior derecha del cuadro aparecen superficies doradas perforadas, como un telón teatral que se abre solo un poco, pero no permite una revelación completa. Detrás de las grietas vibran colores turquesa: el campo de la verdad oculta, al que solo los mitos y las creencias permiten acercarse. Aquí aparece por primera vez la simbología del telón dorado: el velo entre dioses y mortales, que solo las leyendas logran rasgar.
La región inferior oscura y profunda del cuadro lleva el destino codificado. Como si desde abajo emergiera una fuerza oscura, señalando la lógica implacable de la historia: la luz de los mitos siempre va acompañada de la sombra, y la promesa de la gloria con la posibilidad de la destrucción.
Así, “El secreto de Olimpia” alude al mismo tiempo al misterio del nacimiento, al origen divino del poder y a la presencia implacable del destino. El silencio y el secreto están presentes en cada capa de color del cuadro: la historia no da una respuesta clara, solo símbolos que insinúan lo indecible.
La profecía
- 93 x 72 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad"
- VENDIDO
El rojo profundo y ardiente de la composición parece ser el espacio incandescente del subconsciente: el lugar donde los sueños, los recuerdos y las profecías se entrelazan. La forma azul-dorada que desciende desde la parte superior del cuadro evoca simultáneamente un tótem y una figura espiritual: el lobo que aparece en el sueño de Alejandro Magno para revelarle el secreto del futuro. Esta figura no flota como un ser terrenal, sino por encima del tiempo y el espacio, como si se hubiera desprendido del tapiz celestial.
La franja dorada – fragmentada pero continua – se extiende a lo largo del horizonte de la imagen como un eje temporal. En esta "película" desfilan las conquistas, la expansión del imperio, el mundo que se abre y que, según la profecía, pertenecerá al joven rey. En el tono rojo de fondo está la promesa y el precio de la sangre, la fiebre de la prisa: Alejandro sabía que su tiempo era limitado y debía convertir cada minuto en una batalla.
La estructura del cuadro es como la propia profecía: concisa, declarativa e irrevocable. La figura azul-dorada que desciende desde la región superior no es solo una visión, sino el momento en que el destino se vuelve tangible – y ya no hay retorno.
La pregunta (díptico)
- 2 x 60 x 60 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- La obra de la izquierda ha sido VENDIDA, la obra de la derecha está DISPONIBLE PARA LA VENTA
Estos dos lienzos, colocados uno al lado del otro, no son solo una composición visual, sino una sala de debate visual donde los testigos y acusados del pasado se presentan ante el espectador. En el panel derecho, resuenan los golpes de la historia: superficies de oro arremolinado y marrón óxido, líneas blancas cortantes, como si las cuchillas del destino desgarraran el tejido del tiempo. Aquí resuena el año 336 a.C. en Egas, el anfiteatro donde el pueblo se reunió para ver a su gobernante – y donde el destino intervino. Filipo, el rey macedonio, avanzó hacia el escenario con pasos cojos, cuando Pausanias, su propio guardaespaldas, corrió hacia él y clavó una daga oculta entre las costillas del rey.
El panel izquierdo, con tonos más oscuros y profundos, parece guardar la sombra del crimen. El campo rojo superior, como un cielo lleno de sangre, pesa pesadamente sobre la composición. Aquí la narrativa ya no trata de los hechos, sino de la pregunta que durante dos mil años ha perseguido a los historiadores: ¿es posible que Alejandro Magno, uno de los conquistadores más brillantes de la historia, fuera cómplice de la muerte de su propio padre?
Así, el díptico es un doble diagnóstico: el primer lienzo representa la fuerza arrolladora del momento del acto, el segundo la incertidumbre, la sospecha y la pesada pregunta sin respuesta de la historia. Entre los dos paneles se tensa la brecha invisible donde la certeza se rompe y donde el arte –al igual que la historiografía– solo puede llenar el vacío con conjeturas.
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La pregunta I. (izquierda)
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La pregunta I. (izquierda) - foto de detalle
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La pregunta I. (izquierda) - foto de detalle
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La pregunta I. (izquierda) - foto de detalle
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La pregunta II. (derecha)
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La pregunta II. (derecha) - foto de detalle
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La pregunta II. (derecha) - foto de detalle
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La pregunta II. (derecha) - foto de detalle
El viajero en el tiempo
- 93 x 72 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- VENDIDO
El lienzo dorado se abre ante el espectador como una explosión cósmica: luces metálicas y texturas chispeantes matizan la región superior, como si una puerta temporal se abriera en el espacio. El arco dorado que se curva desde la izquierda evoca la órbita eterna de los cuerpos celestes, mientras que los rayos rojos puntiagudos que emergen desde la esquina superior derecha parecen penetrar en el presente desde otra dimensión. Abajo, en el borde inferior de la imagen, precipicios blancos caen desde la profundidad gris-negra: los abismos del tiempo, que solo unos pocos pueden cruzar.
Esta pintura encarna una extraña ficción: ¿qué pasaría si Alejandro Magno –uno de los mayores conquistadores de la historia– hubiera sido en realidad un viajero en el tiempo? ¿Si hubiera llegado del futuro, con conocimientos y visiones que superaban siglos a su época? Porque lo que recorrió y conquistó en sus escasos treinta y tres años de vida, hoy ni siquiera podría recorrerse fácilmente en avión –y mucho menos librar batallas de vida o muerte en el camino.
En el centro de la composición hay un cuadrado turquesa brillante, con una nube roja, como una huella de tecnología extranjera o una marca de coordenadas espacio-temporales que fija el destino del viaje. La pintura es a la vez un homenaje al mito y un juego con lo imposible: los brillos dorados simbolizan la elección divina, los rayos rojos el ardor de las batallas, y la profundidad las temibles incertidumbres del flujo del tiempo desconocido.
Así, “El viajero en el tiempo” no es solo una reinterpretación de una figura histórica, sino un experimento mental sobre si las grandes conquistas quizás se alimentan de fuerzas que no son de este mundo.
El bucle temporal
- 80 x 80 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad"
- DISPONIBLE PARA COMPRA
El ser humano tiende a pensar en una sola línea temporal, donde todo va del pasado al presente y hacia el futuro. Pero ¿qué ocurre si el tiempo se quiebra y se revela en un ciclo espiral de repeticiones?
La pintura de Tamás Náray, 'El bucle temporal', plantea esta pregunta a la luz de la vida de Alejandro. ¿Cómo enfrentarnos a la paradoja de que en solo treinta y tres años de existencia terrenal logró hazañas que superan una vida humana? ¿De dónde vino, qué fuerzas lo formaron y realmente llegó entre nosotros como hijo de los dioses?
En el centro del lienzo brilla la santidad del altar, como punto fijo de la historia de la creación, que une el cielo y el mundo terrenal. Desde ahí desciende la franja negro-azul-roja: el negro sombrío del destino, el azul de la orden divina y el rojo sangre de los sacrificios entrelazados, como si llevaran la esencia concentrada del camino de Alejandro.
A la izquierda, en la profundidad del cuadro, parece emerger una imagen de ultrasonido: la silueta de un útero femenino con el contorno de un feto. Este motivo alude tanto al secreto de los comienzos como a las leyendas divinas que rodean el nacimiento, que insinuaban la presencia de Zeus en la cámara de Olimpia. La luna creciente dorada que lo cubre es símbolo de la voluntad divina, que ya en el momento del nacimiento marcó el camino de Alejandro.
A la derecha del cuadro aparecen planos superpuestos de estructuras doradas y blancas, como capas temporales de la existencia terrenal, que fluyen imparablemente pero siempre desembocan en el mismo final. La estructura del cuadro parece sugerir que el tiempo no es lineal, sino circular, y en este círculo la figura de Alejandro reaparece una y otra vez, con diferentes significados para distintas épocas.
La obra es así una visión ultraterrena y un drama humano. Una visión sobre cómo hay vidas tan extraordinarias que solo pueden entenderse verdaderamente en una espiral temporal repetitiva.
"Hijo mío, busca un reino más digno de ti, ¡Macedonia es demasiado pequeña para ti!"
- 50 x 50 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA COMPRA
La “Hijo mío, busca un reino más digno de ti, ¡Macedonia es demasiado pequeña para ti!” es el título de la pintura de Tamás Náray, una de las piezas más líricas y a la vez más dramáticas de la serie Imperator Ultimus – Alejandro Magno: misterio y realidad: la encarnación visual de una profecía, en la que el destino del joven trasciende los límites terrenales y se eleva a dimensiones divinas.
La región superior del lienzo brilla con luces doradas y amarillas, como si el cielo mismo se abriera: esta es la luz atemporal de la profecía, que llega como palabras paternas pero también como mensaje divino. El oro aquí es símbolo de la elección, el resplandor de las posibilidades infinitas. La mancha púrpura que aparece a la derecha representa la pasión, la sangre y el poder: la promesa del imperio que acompañó a Alejandro a lo largo de su vida.
Abajo, la franja rojo oscuro en la parte inferior del lienzo cae como un telón de sangre, como un sello que marca el precio del camino: las conquistas siempre van acompañadas de sacrificios. Detrás del rojo emergen estructuras doradas translúcidas, como si la promesa del futuro se hiciera visible precisamente a través de la sangre y la lucha. En el centro de la composición, una cadena montañosa apenas visible sugiere que, ante el joven encerrado dentro de las fronteras de Macedonia, se alzan las montañas del mundo que debe conquistar.
La pintura se despliega como una visión teatral: el choque de colores crea una tensión dramática, como si la profecía celestial y la realidad terrenal se revelaran simultáneamente ante nuestros ojos. El oro, el rojo y el púrpura juntos no solo forman una armonía estética, sino también una fórmula de destino: la promesa divina, el sacrificio de sangre y el éxtasis del poder se encuentran.
Esta obra capta el núcleo mítico del nacimiento y la juventud de Alejandro: ese momento en el que el joven ya no es simplemente un hombre, sino parte de un orden superior. El mensaje paterno – “busca un reino más digno de ti” – no es solo un consejo, sino un destino: el camino señalado por los dioses, del que no hay retorno.
Así, esta pieza de la serie “Imperator Ultimus” se convierte en la huella icónica de los comienzos: la proclamación del destino, donde la luz, la sangre y el oro juntos marcan el camino de uno de los más grandes gobernantes de la historia.
El otro reino
- 80 x 80 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA COMPRA
La pintura titulada “El otro reino” en la serie "Alejandro Magno – misterio y realidad" es la representación visual de la visión y la profecía del destino: una alegoría del punto de inflexión espiritual de Alejandro, quien ya de niño mostró habilidades excepcionales.
En la superficie del lienzo, la profundidad azul, la infinitud del cosmos, proporciona el fondo. En este azul, una forma rosada y translúcida emerge, como si viéramos los contornos de un mapa: aparecen las siluetas de Europa y Asia, como promesa de un mundo aún por conquistar. El resplandor rosado sugiere tanto la pureza de los sueños infantiles como los deseos ardientes del gobernante en crecimiento.
Los fragmentos y texturas doradas alrededor de esta forma, como un sello divino, indican la predestinación del destino. El oro aquí no es solo un elemento decorativo, sino el resplandor del destino: la aprobación de los dioses que une continentes, mares y océanos. El tejido dorado es como si sostuviera la trama del universo, marcando el camino de Alejandro, que va más allá de las fronteras de Macedonia.
El carácter visionario de la pintura, su superficie opalina y fragmentada, da la sensación de mirar hacia el futuro. Como si miráramos a través de una bola de cristal: el futuro es brumoso, pero los contornos ya se delinean; el bloque rosado-dorado no es más que el preludio de una conquista, el otro reino que aún es solo un deseo, pero pronto se convertirá en realidad.
En la obra también vibra la historia del oráculo de Delfos: el joven rey que exige una respuesta, y la frase pronunciada por la sacerdotisa – “¡Eres invencible, hijo mío!” – sella la visión. Así, la imagen es a la vez pasado y futuro, juego infantil y plan imperial, deseo humano y profecía divina.
“El otro reino” es una visión soñada sobre el lienzo: un mundo que la ambición, la fe y el destino de un solo hombre unieron, y que ya entonces, en su infancia, ardía en su imaginación.
Nausza
- 100 x 100 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- VENDIDO
El cuadro titulado “Nausza” de Tamás Náray, en la serie "Imperator Ultimus – Alejandro Magno: misterio y realidad , evoca el espacio sagrado de la madurez, el conocimiento y la amistad: ese lugar donde Alejandro, bajo la guía de Aristóteles, emprendió el camino hacia la plenitud del pensamiento, el alma y el cuerpo.
El lienzo se despliega ante nosotros como un horizonte cósmico: las franjas simbólicas de color muestran la fusión del paisaje y el cielo. La opalescencia rosada y el resplandor dorado de la región superior sugieren la delicada presencia de las ninfas, que según la tradición habitaban el bosque sagrado. Esta etérea esfericidad cubre la composición con un velo onírico: Nausza es realmente la ciudad de los sueños, donde las energías espirituales y divinas se hacen visibles al mismo tiempo.
En el centro se extiende la franja de tierra: los tonos rojizos evocan el pico de granito, que representa la encarnación terrenal del pensamiento divino, mientras que los campos verdosos simbolizan la fertilidad del paisaje y el crecimiento del conocimiento. La banda vertical que desciende en el azul —símbolo del agua pura y el cielo— parece ser el propio proceso del conocimiento: la sed del discípulo por la verdad, la pureza de pensamiento, la visión esencial. Este flujo azul puede aludir también a la amistad entre Alejandro y Hefestión: una alianza que se forjó en los años de juventud, en el bosque de las Ninfas, y que los marcó hasta el final de sus vidas.
En toda la obra domina la dualidad de la delicadeza pastel y los contrastes de color intensos. Está presente tanto la suavidad opalina del mundo infantil de los sueños como la fuerza elemental de la madurez. Esta dualidad anticipa el destino de Alejandro: de niño a hombre, de discípulo a gobernante, de mortal a semidiós.
Así, “Nausza” no es solo una visión paisajística, sino una alegoría: una evocación visual del santuario del pensamiento puro, la amistad y el conocimiento. Un lugar donde, en el encuentro entre el cielo y la tierra, se forjó el futuro.
Tras los pasos de Aristóteles
- 120 x 120 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE
El cuadro titulado “Tras los pasos de Aristóteles” es una alegoría de los fundamentos espirituales del conocimiento, la lógica y la conquista. No solo evoca la relación entre maestro y discípulo, sino también ese legado intelectual que se convirtió en el terreno fértil de las acciones transformadoras de Alejandro.
En el centro de la composición domina una banda vertical roja: una columna ardiente que evoca tanto el fervor de las conquistas como la fuerza de las enseñanzas estrictas de Aristóteles. En ese rojo vibra también la afirmación: para los griegos se necesita un líder, para los bárbaros un tirano; un consejo pragmático pero implacable que resonó en las decisiones de los campos de batalla.
Detrás y junto a la columna roja brillan superficies doradas: símbolos de la capacidad otorgada por los dioses y del conocimiento. El oro, como valor eterno, cubre el lienzo con un resplandor intemporal, como si los pensamientos y la inspiración divina se hubieran fundido en uno. La superficie fragmentada por el oro sugiere que el conocimiento no es fácilmente accesible, sino que se revela a través de la lucha y el descubrimiento de capas.
Las estructuras lineales negras y blanquecinas sugieren una severidad arquitectónica: se dibuja la imagen de una construcción matemática, un orden lógico. Estas formas simbolizan el pensamiento estratégico: la táctica, la planificación previsora y los fundamentos de la guerra psicológica.
La superficie homogénea pero vibrante del lienzo se completa con la atemporalidad de los tonos beige cuarzosos: el conocimiento es eterno, inmutable y sólido, como el diamante. En esta estructura aparece uno de los elementos más misteriosos del cuadro: el pequeño cuadrado turquesa oculto en la columna roja. Este signo sagrado parece un altar: la puerta al mundo celestial. El oro que contiene simboliza el giro hacia lo divino, la libertad y la elevación del alma.
La pintura habla tanto de la disciplina de la inteligencia humana como del poder que surge del conocimiento. El mensaje de la obra: el conocimiento del mundo y la conquista no pueden separarse: en el conocimiento reside la verdadera fuerza del líder, que sobrevive al tiempo y a los imperios.
El secreto del bosque
- 68,5 x 26 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA COMPRA
La pintura titulada “El secreto del bosque” es una de las piezas más misteriosas de la serie: una obra de pequeño formato pero cargada de una simbología densa, que capta a la vez el misterio de la naturaleza y el mundo secreto de las emociones humanas.
Los tonos oscuros, verde profundo y azul del lienzo evocan un bosque denso: una espesura sombría donde la neblina tras la lluvia es lentamente atravesada por la luz. La superficie brilla casi húmeda, transmitiendo la humedad, el aroma de la tierra y las sombras dispersas entre las hojas con la vibrante fuerza de las texturas. Sin embargo, en esta profundidad también se esconde la luz: una franja dorada que brilla a través de la oscuridad como una señal divina, con la atención invisible de la presencia trascendental.
Las manchas rojizas-rosadas en la región superior izquierda aportan una dimensión emocional. Son los colores de la pasión, el amor y el secreto, que junto al oro forman el otro punto focal de la pintura. Aquí la imagen se vuelve personal: es el punto donde aparecen las historias de amor de Alejandro Magno y donde la figura de Hefestión se vislumbra. Avanzando en el escondite del bosque, los dos jóvenes se dirigen a la tumba de Aquiles para sellar su alianza, en una misión secreta, por un camino oculto.
Pero una de las capas más importantes de la obra es que el secreto no puede permanecer oculto: la franja dorada, el color de la orden divina, indica que todos los sentimientos y deseos humanos se desarrollan bajo la mirada divina. Aunque la oscuridad del bosque protege, los rayos de luz la atraviesan: no hay escondite ante los ojos de Dios.
Así, “El secreto del bosque” no es solo un paisaje, sino una alegoría: la alianza del amor humano, la lealtad y la amistad bajo el amparo de la naturaleza y el orden divino. Una obra que habla en voz baja, casi susurrando, sobre los lazos humanos más profundos, y sobre cómo incluso los secretos llevan su peso a la luz del universo.
El sello
- 80 x 120 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA COMPRA
La pintura es una alegoría de la intimidad, la lealtad y el amor sagrado. No es solo la representación de un episodio histórico, sino de un gesto atemporal en el que el amor, la amistad y el orden divino se entrelazan en un solo movimiento.
En la parte superior del lienzo flota una esfera brillante en tonos ciclamen, fucsia y rojo: un cuerpo planetario, símbolo celestial de las emociones. Esta esfera flotante parece descender de otra dimensión, indicando que la relación entre los dos hombres ha trascendido los límites de la amistad terrenal y se ha elevado al reino del amor cósmico.
Debajo se extiende el horizonte severo de montañas grises y heladas. Sin embargo, en medio del paisaje frío se eleva una cima dorada, en cuyo costado hay un misterioso ojo que todo lo ve: el testigo trascendental, la mirada divina ante la cual nada puede permanecer oculto. Este ojo es el testigo silencioso de la historia: no solo la tierra, sino también el cielo registra la alianza de los amantes.
Desde la base de la montaña ascienden líneas doradas: canales de energías divinas, como si fueran hilos de luz moviéndose entre el cielo y la tierra, sellando la relación entre los dos hombres. Estos hilos dorados son signos de aprobación, bendiciones invisibles de los dioses.
La historia que Plutarco preservó aquí se convierte en una alegoría pictórica: Hefestión sostiene el rostro de Alejandro Magno en su palma, y el rey sella el vínculo de su amor con su anillo y luego con el toque de sus labios. La esfera es el planeta de la pasión, la montaña es el testigo divino y los hilos de luz son las energías del universo que fijan el juramento.
“El sello” no es solo una representación simbólica de un momento íntimo, sino un testimonio universal: que los vínculos humanos más profundos –por muy secretos que sean– siempre están a la luz de la eternidad.
Crónicas paralelas
- 80 x 40 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA COMPRA
La pintura evoca el juego de espejos del tiempo y la historia: alude simultáneamente a la obra clásica de Plutarco y al doble carácter de Alejandro, en el que la fuerza conquistadora y las emociones humanas se enfrentan entre sí.
La composición se basa en una estructura estrictamente horizontal, como si el propio lienzo llevara dos historias paralelas. Arriba, los chorros de pintura que caen de la púrpura y el ciclamen evocan la presencia elemental de las emociones: la pasión, que a menudo superaba la fría estrategia del comandante. Estas cascadas de colores no solo sugieren sangre, amor y rabia, sino también la fragilidad interior y humana de la personalidad histórica.
La franja dorada central indica el mito del origen divino y la luz de la elección. Esta banda dorada evoca tanto la gloria terrenal como la promesa de la eternidad: la fe de Alejandro en que su destino era de origen divino y que estaba destinado a gobernar el mundo. El oro también simboliza la fuerza creadora: la capacidad con la que no solo destruyó y conquistó, sino que también fundó y construyó – pensemos en la ciudad de Alejandría, que se convirtió en el centro más brillante de la antigüedad.
Las tonalidades verdosas-turquesas de la región inferior evocan el mundo de la tierra y el mar: los escenarios de las conquistas, aquellos imperios que cayeron en manos de Alejandro durante sus campañas. El reflejo de los colores, su vibración casi acuosa, refuerza la idea de "paralelismo": así como Plutarco puso a los grandes personajes uno junto al otro, aquí se reflejan la tierra y el cielo, el conquistador y el hombre, el mito divino y la realidad terrenal.
Las “Crónicas paralelas” funcionan así simultáneamente como referencia literaria y como espejo de carácter: en la imagen no solo aparece la comparación de la vida de Alejandro con la de otros grandes personajes, sino también la demostración de su propia dualidad. El orden horizontal hace visibles los paralelismos, y la cascada de colores la gravedad dramática del destino.
Mieza - El templo de las ninfas
- 100 x 100 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- VENDIDO
El espectador se encuentra ante una de las piezas más líricas del ciclo "Alejandro Magno – misterio y realidad", que es el cuadro titulado Mieza - El templo de las ninfas , que evoca el santuario de la juventud y las raíces del espíritu.
Mieza, donde el joven Alejandro fue educado bajo la tutela de Aristóteles, y donde, junto a su amigo Hefestión, vivió las experiencias más profundas de la infancia y la juventud. Según el testimonio de la historia, Mieza no era simplemente una escuela – en palabras de Plutarco, "el santuario de las ninfas" –, sino un bosque sagrado donde la filosofía y la naturaleza se unían en una mística armonía.
Por ello, la obra no es simplemente una abstracción paisajística, sino también un mapa dibujado con tinta invisible de conocimiento, amistad y amor.
La gama cromática del cuadro refleja esta dualidad: los verdes profundos y exuberantes evocan la vida eterna de la naturaleza y la presencia invisible de las ninfas, mientras que la superficie etérea y pura que brilla a la derecha es el símbolo de la inocencia. Entre ambos se extiende una línea vertical semejante a una grieta: la puerta de la cueva, es decir, la grieta mística del nymphaeum, de donde brota la inspiración divina. Esta grieta es también una frontera: el campo blanco y puro separa el mundo inocente de la infancia del jardín del despertar espiritual, emocional y físico.
La esfera de color ciclamen, que flota eternamente en el espacio verde-azulado, no es otra cosa que el símbolo del amor, el deseo y las energías espirituales y emocionales. Esta forma amorfa, pero aún así perfecta y ultraterrena, indica que aquí no solo se impartía enseñanza: aquí se tejió ese vínculo íntimo que unió a Alejandro Magno y Hefestión durante toda su vida.
La esfera porta tanto la luz del conocimiento como el calor del amor, la esencia común de philia y eros en el sentido platónico.
Las manchas doradas que aparecen en la esquina inferior derecha evocan el recuerdo de los santuarios y columnatas antiguas: la presencia divina que reside en el corazón de la naturaleza, que también rodeaba el misterio de las arcadas y las cuevas. Esta luz dorada es una especie de marco sagrado que destaca el papel especial de Mieza: no fue simplemente una escuela, sino un jardín espiritual donde el conocimiento y el sentimiento se formaban en equilibrio.
En toda la imagen domina la simbología de los colores: el verde es la vida, el crecimiento, la exuberancia natural; el azul es la profundidad y la pureza del pensamiento; el oro es la luz divina; el ciclamen es el núcleo oculto de los sentimientos. Las capas que se funden entre sí traen de vuelta la atmósfera palpitante y casi atemporal del jardín de Mieza.
Esta pintura es una de las estaciones más líricas del ciclo: mientras que otras obras capturan el fuego de la pasión, la lucha y la tragedia, aquí el espectador puede entrar en el lugar sagrado de los comienzos, donde el conocimiento y el amor, la filosofía y la juventud nacieron juntos en luz y sombra.
El beso de Bagoás
- 80 x 41 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- VENDIDO
En la parte superior del cuadro, una esfera flotante - un cuerpo brillante en tonos rojos, rosados y blancos - evoca tanto la plenitud de la luna como la huella de la intimidad de un beso. No aparece como un astro frío, sino como una forma palpitante, tallada en carne, la impronta del deseo y la ternura prohibida.
Esta esfera no es otra cosa que el recuerdo del contacto, el sello ardiente del encuentro.
El fondo es de un verde oscuro profundo - en los tonos de esmeralda, jade, malaquita y verdelita -, y sus capas negras sugieren una penumbra forestal, una profundidad exuberante y peligrosa. Entre ellas, bandas blancas atraviesan, destellos de pureza e inocencia. Las dos fuerzas - la oscuridad exuberante y la blancura virginal - se enfrentan, y en el centro nace una explosión de color: vivos tonos púrpura, fucsia y oro: impresiones visuales de la pasión prohibida del beso.
La composición dibuja un altar vertical, donde el sacrificio del deseo y la gracia ocurre simultáneamente, elevándose hacia lo alto.
Estamos en Hircania, donde Nabarzanes – uno de los asesinos del rey Darío – pidió su salvación con un solo regalo: la belleza de Bagoás. Según las fuentes, el joven fue primero amante del rey Darío, luego de Alejandro Magno. Aquí se muestra la extraña fusión de la gracia y la pasión: Bagoás salvó al asesino de su antiguo amo no solo con su cuerpo, sino también con su súplica. Detrás del hecho histórico se esconde una fuerza suave pero poderosa: el poder de la belleza, más fuerte que las armas y las batallas.
La pintura representa a la vez un gesto amoroso, un nudo político, moral y humano. La esfera flotante en tonos rojos y fucsia es el beso, pero también el sello que garantiza el olvido del crimen de Nabarzanes. El fondo verde y blanco es el juego de poder y pureza, y la explosión de color es la pasión que hizo que la historia se detuviera aquí por un momento.
Esta obra conmemora un momento aparentemente insignificante: el conquistador besa públicamente a su esclavo. Sin embargo, existe una interpretación mucho más elevada de la historia de Alejandro Magno y Bagoás: la ternura puede entrar en los círculos fríos del poder, y allí donde se decidía con espadas y reinos, un solo beso también cambió destinos.
Consiliatus Imperius
- 100 x 81 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE
La pintura titulada “Consiliatus Imperius” captura la dualidad entre el poder y la intimidad: esa tensión en la que, en el escenario de la historia, los sentimientos humanos, el apego y la belleza también cobran protagonismo.
En la región superior, una cascada de verde y oro desciende, luces de esferas celestiales se disuelven en la tierra. El verde simboliza la juventud y la fuerza fresca, evocando la figura de Euxenipo, mientras que los destellos dorados portan la promesa de la elección - pero su luz fragmentada y dispersa sugiere que aquí falta algo para el resplandor completo.
En la esquina superior izquierda late un bloque rojo ardiente, captando la mirada como mancha de pasión y deseo: en él reside la fuerza, la luz y el verdadero carisma - todo aquello con lo que se medía al joven Euxenipo.
En el centro de la composición, una banda de apariencia marmórea y sensual atraviesa la obra, enmarcada arriba y abajo por pesadas incrustaciones doradas: una línea divisoria entre la realidad terrenal y las relaciones ordenadas por el cielo. El oro evoca la presencia del orden divino: recordando que incluso los lazos más personales forman parte del gran tejido de la historia.
En el título, “Conciliatus” evoca al amigo, al amante de confianza, mientras que “Imperius” señala la perspectiva imperial. Así, la obra une dos esferas: el mundo público del poder y las frágiles relaciones humanas íntimas.
El lienzo evoca a la vez historias personales ocultas en la sombra de los triunfos y ese misterio en el que la historia y la emoción se entrelazan inseparablemente.
La almohada
- 93 x 72 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA LA COMPRA
La pintura se desarrolla en el umbral entre el conocimiento y el sueño, donde la imaginación de Alejandro, que pasa de niño a hombre, se conecta con las enseñanzas de Aristóteles. Los dormitorios de la academia de Mieza son espacios tanto reales como simbólicos: de día representan el estricto orden de las ciencias, de noche el horizonte infinito de los sueños.
Aristóteles, quien enseñó filosofía, medicina, matemáticas y artes, preparó el espíritu de su discípulo con todo su saber, pero las alas de la imaginación las desplegó el propio muchacho.
Las flores rojizas y rosadas que se abren en la parte superior del lienzo portan la promesa de un paisaje exótico. No son solo motivos oníricos: son precursores directos de aquel campo de flores que en el cuadro titulado “India” se despliega en todo su esplendor. Así, el sueño bajo la almohada se convierte en una visión en la que ya está implícito el destino final de la futura expedición: la India, el misterioso Oriente. La estrecha conexión entre los dos cuadros indica que lo que aquí es solo sueño y presentimiento, allí se presenta como una realidad consumada.
Según la leyenda, bajo la almohada de Alejandro Magno descansaba la Ilíada de Homero, con las anotaciones de Aristóteles. Este libro no solo fue fuente de virtudes militares para él, sino también un refuerzo del deseo por mundos desconocidos. La banda dorada en el eje central de la composición simboliza el conocimiento y el orden divino: ese legado espiritual recibido de su maestro, que más tarde se realizó en el conquistador en forma de conquistas.
El campo rojo que se extiende en la parte inferior evoca la sombra de la sangre y los sacrificios, mientras que las texturas verdes similares a un bosque que lo cubren proyectan la inmensidad del mundo desconocido. La India aún aparece como un sueño, pero ya toma forma en la imaginación.
Así, “La almohada” es una doble visión: la intimidad del descanso se entrelaza con el nacimiento del plan de conquista mundial. Los motivos florales que reaparecen con fuerza en el cuadro “India” aquí solo se insinúan, pero ya fundamentan el destino final de la expedición histórica. Así, el sueño infantil lleva en sí el nacimiento del imperio: del sueño surge la historia.
India
- 140 x 140 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- VENDIDO
El cuadro titulado “India” en la serie de Tamás Náray plasma en el lienzo la magia del descubrimiento y la extranjería, tal como Alejandro Magno y su ejército se encuentran por primera vez con la exuberancia del mundo oriental. La imagen rebosa de colores: los verdes vibrantes y los rosas intensos evocan la vegetación exuberante de la jungla, donde la luz juega sobre los troncos de los hibiscos y los pétalos de flores exóticas. Las flores parecen estallar fuera del plano del cuadro, como si fueran organismos vivos que revelan las maravillas de la tierra desconocida ante los ojos de los conquistadores.
Sin embargo, las formas vegetales que aparecen en el lienzo no ofrecen solo una visión botánica, sino que también portan un significado alegórico. Los pétalos que van del rosa al tono de orquídea simbolizan la belleza y la fragilidad: evocan aquellos momentos en que la naturaleza despliega su generosidad impresionante entre las crónicas escritas con sangre de la campaña.
Para los ejércitos de Alejandro Magno, la India fue al mismo tiempo un paraíso terrenal y una dura prueba. El torbellino de flores vibrantes en el centro del cuadro muestra no solo el asombro ante la riqueza natural, sino también la paz momentánea del conquistador: ese estado en el que, en medio de las guerras, el alma descansa ante la belleza.
La paradoja presente en la obra se puede captar en que, aunque la campaña dejó recuerdos amargos, en la memoria permanecieron los paisajes y flores de la India de cuento de hadas. Los tonos rojos en la región inferior sugieren la presencia ineludible de la sangre, el sacrificio y la lucha, recordando que el precio de la belleza siempre va acompañado del recuerdo de la destrucción.
Así, “India” no es solo la representación de un mundo geográfico lejano, sino también un espejo interior: la huella del mundo espiritual de Alejandro Magno, que ansiaba tanto la conquista como la belleza. Un mundo donde incluso a la sombra de la espada florece la naturaleza divina.
La boda de Susa
- 100 x 100 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA LA COMPRA
La dualidad histórica y de contenido de la obra cautiva al espectador. En el campo pictórico destaca una esfera de vivos colores: un corazón ardiente late en las profundidades del espacio infinito, portando el sabor amargo de la violencia y la imposición. Los tonos púrpura, fucsia y dorados de la esfera no solo representan el calor del deseo y el amor, sino que también suprimen y rechazan la omnipresente grisura. La forma circular, que aquí regresa sobre sí misma, es a la vez el altar nupcial, el sello sagrado del matrimonio y un símbolo de una unidad que, incluso en el momento de su nacimiento, es frágil y llena de límites.
Sobre el trasfondo histórico de la obra: en la boda de Susa, Alejandro Magno intentó crear simbólicamente la unidad del imperio: uniendo a sí mismo con la hija del rey Darío, Stateira, y a sus soldados con hijas de familias nobles persas.
En la representación abstracta, el fondo es en realidad el tejido de dos mundos. A la izquierda, las capas grises y apagadas evocan la rígida disciplina macedonia y las estructuras militares de la cultura helénica. A la derecha, brillan colores oscuros, dorados, marrón profundo y negro, reflejando el esplendor y la extrañeza de la corte persa. El encuentro de ambos lados no es una transición suave, sino una línea de fractura, en la que detrás de la boda celebrada ya se esconde la promesa de la realidad.
Las franjas de pigmento que caen desde la esfera son como raíces de nuevas alianzas que se aferran a la tierra. Sin embargo, estos fragmentos de color no se fortalecen, no se mantienen firmes: más bien se desmoronan en la superficie del campo pictórico. Este goteo inmóvil simboliza la naturaleza frágil de los matrimonios: que el gran juego de poder, en el que guerreros macedonios y princesas persas unieron sus manos, en realidad permaneció sin raíces.
El cuadro, aunque no habla del triunfo del matrimonio sino de una ilusión frágil, lleva sin embargo la huella de la unión eterna.
Aunque esta obra no es un "cuadro festivo", sino una representación pictórica de la tragedia de una ilusión histórica, sin embargo, aboga por la verdadera pasión y amor y su sello que lo supera todo. Así, la llama de la esfera no es otra cosa que la luz de la paz, y el goteo de las pinceladas oscuras habla de que hay cosas que son imparables. Y eso no es otra cosa que el verdadero amor.
La leyenda del monte Vermion
- 100 x 100 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA COMPRA
El mensaje del lienzo se revela ante el espectador como si los dioses hubieran apartado una cortina imaginaria de oro puro: a la izquierda, la textura perforada, parecida al pergamino, cae con un brillo metálico, como un telón teatral detrás del cual se despliega el escenario de los mitos.
En el centro de la imagen, el azul infinito del mar y el resplandor turquesa del cielo se funden, es decir, los dos elementos del horizonte del mundo mortal se convierten en uno, más allá del cual solo existe el reino de los dioses.
Como punto focal de la composición, la cima rojiza de la montaña se eleva hacia lo alto: granito ardiente, nacido de las entrañas del planeta como una onda de choque de una fuerza misteriosa: el monte Vermion, la cumbre sagrada que, según la tradición antigua, fue levantada de las profundidades de la tierra por las manos de los dioses. Su rojo es el color del fuego, la sangre y la energía divina: un signo mágico que promete refugio a los marineros desde lejos, y del que también cantaron las epopeyas homéricas.
La tensión creada entre la monumental franja dorada y la cima roja de la montaña mediante gestos pictóricos representa el encuentro entre el misterio y la revelación: el acto de transmitir conocimiento, presentado por el artista. Pues aquí, a la sombra del santuario llamado Mieza, en las laderas del monte Vermion, se fundó la academia donde Alejandro Magno y sus contemporáneos - Ptolomeo, Hefestión, Casandro - fueron instruidos en sabiduría, estrategia y la conquista del mundo. Así, la montaña se convierte simultáneamente en fuente de conocimiento y símbolo de poder: quien alcanza la cima es investido con la protección de los dioses.
En realidad, todo el campo visual es un escenario sagrado: a la izquierda la cortina, en el centro el escenario es la montaña ardiente, y alrededor se extiende la inmensidad azul del cielo. Aunque la presencia de los dioses no se representa en forma concreta, el espectador también se convierte en parte de este misterio: siente que al otro lado del lienzo le espera un conocimiento atemporal, si es lo suficientemente valiente como para alcanzar la cima de la montaña.
La "Leyenda del monte Vermion" no es simplemente una representación abstracta de un paisaje imaginario, sino una invocación visual: una alegoría del nacimiento del helenismo, el misterio del conocimiento y el toque divino del destino humano.
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La leyenda del monte Vermion
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La leyenda del monte Vermion - foto de detalle
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La leyenda del monte Vermion - foto de detalle
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La leyenda del monte Vermion - foto de detalle
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La leyenda del monte Vermion - foto de detalle
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La leyenda del monte Vermion - foto de detalle
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La leyenda del monte Vermion - foto de detalle
El comienzo
- 100 x 100 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA COMPRA
La barca macedonia
- 146 x 96 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA COMPRA

No toda victoria conduce al triunfo: hay ocasiones en las que el curso de la historia hace retroceder al conquistador. En la pintura, la barca no narra un avance, sino un regreso forzado: ese momento en el que Alejandro ya no controla el destino, sino que se convierte en pasajero de él. La corriente del río lo arrastra, las orillas ardientes quedan atrás, y ante él aparece un futuro dorado pero aún incierto.
El bloque rojo evoca la pasión del ejército rebelde y los sacrificios sangrientos: la furia de los soldados que detuvieron la marcha en la orilla del Hífasis, agotados por las lluvias del monzón, las pérdidas incalculables y el interminable paisaje indio, se rebelaron contra su gobernante. El muro de fuego a la izquierda de la composición marca la irreversibilidad de este punto: no hay más allá, aquí termina el camino que habría llevado hasta el fin del mundo.
El motivo dorado, flotando en el centro en forma de cuadrado y con brillo de bronce, simboliza claramente la barca: un símbolo frágil pero resplandeciente con luz divina, que lleva en sí mismo el decreto del destino. Los tonos azules y verdes del agua representan la corriente del río, la fuerza irresistible del tiempo y la historia: esa necesidad a la que ni siquiera un conquistador mundial puede resistirse.
A la derecha, el campo dorado bañado en luz significa al mismo tiempo esperanza y destino. Es el camino del regreso del gobernante macedonio, que si bien pone fin a la campaña india, abre una nueva era en el mundo helenístico. La azulada montaña rocosa erige puertas: la salida de la India, que no puede ser conquistada completamente, solo tocada.
Mientras la pintura evoca un acontecimiento histórico, también muestra una especie de lección metafísica: la barca flota en la frontera entre la voluntad humana y el orden divino. Aunque Alejandro Magno llegó al borde del mundo, finalmente él mismo se convirtió en pasajero de la barca del destino, que lo devolvió de las llamas de la conquista a la luz del ocaso.
Entrada en Babilonia
- 120 x 120 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA COMPRA

Cuando el ejército de Alejandro entró en Babilonia, se desarrolló uno de los mayores puntos de inflexión de la historia. El cuadro evoca este momento no a través de la brutalidad de la batalla, sino en la fusión del orden creador y terrenal. En la esquina superior izquierda de la composición, la "rueda del tiempo" azul giratoria representa la señal celestial, el eclipse lunar, que los persas interpretaban como destino, mientras que Alejandro lo veía como una confirmación divina. Los rayos divergentes proyectan la decisión divina sobre todo el lienzo, marcando el camino inevitable de la conquista.
En las regiones inferiores, la tensión entre el rojo y el azul evoca la tensión de la batalla de Gaugamela. El rojo es el color de la sangre y la pérdida, el azul representa la calma de la estrategia y la pureza de la victoria. Sin embargo, la fusión de los tonos sugiere paz, como si el ruido de la lucha se hubiera silenciado y la calma del orden hubiera tomado su lugar.
El campo dorado que se despliega a la derecha evoca las puertas de Babilonia, la riqueza y la paz. La luz sagrada disuelve la tragedia de la guerra, y el motivo de la puerta de Ishtar abre simbólicamente el camino ante el gobernante proclamado "Rey de Asia".
La imagen aparentemente trata de una etapa de la conquista: ese raro momento histórico en el que la mayor victoria se logró con el menor sacrificio. Sin embargo, más bien habla de cuando el triunfo terrenal coincidió con la realización del orden divino.
Ante los muros de Babilonia
- 100 x 81 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad"
- DISPONIBLE PARA LA COMPRA
La composición del cuadro irradia una oscura dramaticidad: en la parte superior del lienzo se tensa una profundidad que se torna negra, atravesada de repente por bandas rojo sangre como un horizonte afilado. Este rojo aquí no es simplemente un color, sino un presagio: la proyección anticipada de sueños imperiales inclinados hacia la muerte y el destino.
La cima rojiza, que se eleva sobre las sombras de la noche, simboliza aquellos planes incumplidos que aún ardían en la mente de Alejandro mientras su cuerpo ya era arrastrado hacia el final.
El eje vertical de la composición –la columna blanca sacra– divide el espacio, trazando una frontera entre el cielo y la tierra, entre la voluntad humana y el juicio divino. Alejandro fue una vez el centro del mundo rodeado de oro, pero ahora el propio centro se convierte en el iniciador de una nueva creación.
El rectángulo rojo, el altar carmesí, permanece inquebrantable en el centro de la voluntad divina.
Frente a los muros de Babilonia, Alejandro no solo vio su propia mortalidad, sino también el futuro.
El diálogo de oro, negro y rojo en el lienzo así se convierte en un memento: todos somos solo viajeros de paso entre los muros de la historia.
La gracia que preserva
- 60 x 60 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- VENDIDO
Bajo la protección del Sol
- 92 cm ⌀
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad"
- VENDIDO
La forma circular del lienzo posee un significado sagrado en sí misma: aparece ante el espectador como símbolo de la eternidad, la plenitud y el ciclo divino. En este marco universal se despliega la composición, que es a la vez tierra, fuego y radiación celestial, es decir, todos los elementos del mundo se unen en ella.
En el centro de la pintura domina el resplandor rojo y dorado, como si el propio dios sol emergiera de las profundidades del lienzo. El fondo rojo fuego no solo evoca el ardor de las batallas o la sangre de los sacrificios humanos, sino también la presencia divina que elevó a Alejandro sobre todos los destinos humanos. La franja azul que atraviesa el color es el agua encontrada en el desierto, el camino de la existencia y la purificación, que al dividirse revela la brillante figura de la "Montaña Dorada", el santuario en la frontera entre mito y realidad.
En la imagen se puede captar el diálogo de los opuestos: el éxtasis del rojo y la calma del azul, el cuerpo oscuro de la tierra y la orden divina que desciende desde arriba como oro. Esta tensión dramática evoca la búsqueda interior de Alejandro: el comandante que destruyó imperios aquí se revela a sí mismo ante el dios sol.
La pintura guarda el secreto del oasis de Siwa: el momento en que el hombre mortal se eleva a la divinidad. La protección del Sol no es solo una bendición, sino una autorización: hace que el hijo de Amón-Ra forme parte del orden divino que rige el mundo.
Así, la forma circular del lienzo no es solo un marco, sino también un sello cósmico: el destino marcado por el dios sol, que se cierra para siempre alrededor de la figura de Alejandro.
Esta pintura no evoca simplemente un acontecimiento histórico, sino el momento en que la grandeza humana encuentra su propia eternidad bajo la protección divina.
Cruzando el delta del Bósforo
- 60 x 60 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- VENDIDO
A primera vista, el lienzo nos revela el triunfo de la luz: el horizonte dorado brilla sobre la bahía, y la vibración de las capas de pintura azul y dorada parece esparcir los primeros rayos del sol sobre el agua. Pero en la región inferior de la imagen, una cascada de pintura roja vertical irrumpe como un dramático contraste, trayendo la sombra de la historia a este resplandor.
Este es el momento en que Alejandro Magno cruzó el delta del Bósforo para conquistar Constantinopla. Detrás de los muros de la ciudad aún se guarda el recuerdo de Constantino el Grande, el emperador que dio nombre a la ciudad y que, según la leyenda, era pariente de la madre de Alejandro. De allí provenía también Poros, el “amigo” del conquistador. Quizá por estos lazos —y quizá escuchando el susurro divino— el conquistador perdonó a los habitantes de la ciudad. Aquí, la pincelada roja no sugiere destrucción, sino la tensión matizada de la vida preservada: la gracia que baila al filo de la espada.
La dualidad de la composición —el cielo radiante y el primer plano empapado de sangre— evoca la naturaleza del poder: la gloria y el peligro, la luz y la sangre en eterna alianza. Las superficies doradas y las texturas rojas aplicadas con rudeza forman juntas el tejido vivo de la historia, en el que el momento de la conquista late para siempre.
Alejandro y Poros
- 100 x 100 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA COMPRA

Algunos triunfos no se completan en la destrucción del vencido; a veces, el verdadero brillo de la victoria resplandece en el reconocimiento de la grandeza del otro.
Después de la batalla librada a orillas del río Hidaspes, Alejandro no solo se erigió como general, sino como semidiós: a Poros, el valiente e inquebrantable rey indio, no lo destruyó, sino que lo elevó a su lado, preservando su dignidad.
Los rojos ardientes del lienzo evocan el calor de la batalla, la lucha empapada de sangre y sudor. De los colores vibrantes emergen corrientes doradas que abren otra dimensión: el flujo de energías divinas que guiaron la decisión de Alejandro. Poros aparece como un bloque gris y rocoso: inamovible, orgulloso, su fuerza no se derrumbó ni siquiera con la derrota.
El cuadrado que aparece en el lado derecho de la composición, símbolo de la santidad del altar, apunta hacia la dignidad real y el orden divino: el sello del destino histórico compartido entre vencedor y vencido. La franja dorada que divide el horizonte resalta la relación entre los dos gobernantes: el gesto de Alejandro, al preservar la vida y el trono de Poros, le dio un lugar eterno en las páginas de la historia.
Mientras la pintura narra con gestos dramáticos el triunfo junto al Hidaspes, también habla de las dos caras del carácter humano: una es la del conquistador implacable, la otra la del rey capaz de honrar la grandeza. Esta dualidad es la que eleva a Alejandro de simple general a creador de mitos.
El perdón
- 100 x 100 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA COMPRA

En las páginas de la historia, los generales suelen inscribir sus nombres con sangre, destrucción y venganza, pero a veces un solo gesto —la gracia— resuena más fuerte que la mayor de las victorias.
Frente a los muros de Babilonia, en la puerta de la ciudad más rica del mundo, Alejandro tomó una decisión que fue más allá de las leyes de la guerra: perdonó la ciudad y concedió clemencia a su defensor, Mazaeus.
Los rojos ardientes y el brillo dorado del cuadro evocan el triunfo de la conquista y el esplendor de Babilonia, pero en el centro de la imagen se encuentra el frío río azul. Este río separa al vencedor del vencido, la compasión de la venganza. Es como si el agua mostrara el camino de la reconciliación, capaz de enfriar las pasiones ardientes.
Pero bajo la superficie arde la magma: la dignidad herida, el orgullo del vencedor y el miedo del vencido. La tensión del cuadro nace de esta dualidad: la ilusión de la calma y el fuego interior en ebullición están presentes al mismo tiempo.
Los bloques oscuros de la izquierda traen la sombra del peligro: recuerdan que el perdón nunca es igual al olvido. La frontera entre vencedor y vencido es tan frágil como el encuentro del azul frío y el rojo ardiente en la pintura.
La obra del artista plantea la pregunta: ¿acaso la gracia realmente construye un puente, o solo pone un grillete temporal al odio?
El perdón de Alejandro a Mazaeus fue un gesto ejemplar, pero conociendo la naturaleza humana, la pregunta permanece: ¿puede un enemigo convertirse en un verdadero aliado?
Roxána
- 100 x 100 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA COMPRA
Esta obra extraordinariamente compleja es una estación difícil y dramática del ciclo "Alejandro Magno – misterio y realidad": porque no sólo captura un momento de la vida de Alejandro Magno, sino también el arquetipo ancestral del destino femenino: la eterna interconexión entre el amor y la muerte, el deseo y el destino.
Al mismo tiempo, la obra visualiza un triángulo emocional, que evoca tanto un drama amoroso como una iconografía sagrada: el pintor eleva las emociones terrenales al nivel del mito atemporal. El triángulo no se cierra, sino que permanece abierto, indicando que la dinámica de las relaciones nunca encontró descanso y finalmente desembocó en un desenlace trágico; y con esta simbología triangular, la obra no sólo representa a Roxána, sino que también despliega el universo emocional de Alejandro Magno: la eterna tensión entre los tres vértices de la pasión, la amistad y el poder.
En el registro superior, el horizonte dorado-amarillento y el cielo brillante y turbulento que se eleva por encima sugieren una promesa, una esperanza: el destino de Roxána al principio realmente llevaba la promesa del triunfo y la elevación. La joven bactriana, cuya belleza se volvió legendaria, conquistó el corazón de Alejandro Magno: en su matrimonio se unieron Oriente y Occidente, el mundo macedonio y el persa.
Pero la esencia de la pintura no reside en el horizonte, sino en la grieta oscura del centro, que alude a la profundidad del principio femenino. Este espacio negro, que el creador evoca audazmente también como símbolo de la feminidad, alude tanto a la fuente de la vida como al remolino de la destrucción.
Una madre, con la posibilidad de la vida, también otorga la obligatoriedad de la muerte.
En la figura de Roxána se encarnan simultáneamente la fertilidad, el amor y la tragedia. La madre que da vida, quien trajo al mundo a Alejandro IV, y también la mujer que finalmente fue encarcelada y víctima de asesinato; así, ella misma se convirtió en una especie de cueva sacrificial, en escenario de vida y muerte. Pero esta profundidad oscura no sólo contiene la corporeidad de Roxána, sino también el lado oscuro y cargado de celos de la relación. Alrededor de ella laten tonos rojizos y carmesí: las llamas del amor, señales de la devoción de Alejandro. Sin embargo, este rojo no es uniforme: a veces brilla, a veces se desvanece, mostrando la pulsación de la pasión y la incertidumbre.
Entre los rojos y negros, manchas turquesa que cortan como luces celestiales que destellan en una herida: simbolizan tanto el breve resplandor de la esperanza como los implacables cambios de rumbo del destino, pero también se relacionan con la presencia espiritual y emocional de Hefestión. Las luces frías no sólo evocan el pensamiento racional y la camaradería militar, sino también la pureza atemporal del vínculo íntimo entre hombres.
En la historia de Roxána, el poder y el amor formaron una mezcla fatal: el don divino inicial finalmente se convirtió en presa de intrigas políticas y luchas de poder entre hombres.
La gama cromática de la pintura - la pasión que arde en rojo, el peligro que cae en la profundidad oscura y el oro que sugiere la promesa del horizonte - resume todo un destino. El negro y el rojo - Roxána: la corporeidad, la pasión, los celos; el turquesa - Hefestión: la amistad, la comunidad espiritual, la pureza; y el oro - Alejandro Magno: el rey, desgarrado por las dos fuerzas, mientras su propio destino también es arrastrado hacia el destino.
La figura de Roxána así no sólo es una figura histórica, sino también un arquetipo: la belleza que eleva y lleva a la ruina; la madre que da y pierde la vida; la reina que encarna tanto el triunfo como la destrucción.
La conquista de Tebas
- 80 x 80 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA LA VENTA

Hay ciudades que sobreviven no solo en sus piedras, sino también en sus leyendas: Tebas fue una de ellas. Una de las ciudades más espléndidas del mundo griego, construida de piedra caliza blanca y decoraciones de basalto coloridas y de tonos pastel: una ciudad brillante que alguna vez fue la tierra de los héroes.
Pero cuando Alejandro se presentó para unirse a la Liga de Corinto, los tebanos prefirieron oponerse a él, y vieron en el rey persa la garantía de su libertad.
El cielo ardiente y rojo sangre de la pintura parece evocar las palabras de Plutarco: “incluso el cielo se tiñó de rojo por la sangre derramada”. La franja blanca inferior sugiere la inocencia de la ciudad: la pureza de ese centro cultural único entre las polis, que aunque era militarmente más débil, se enfrentó sin vacilar al rey macedonio. En la parte central del lienzo, las formas ascendentes evocan dos conjuntos arquitectónicos: la fortaleza de Cadmea y la casa de Píndaro, los únicos restos que Alejandro ordenó no destruir.
La tensión entre el rojo ardiente y el blanco cegador no es solo el drama de la destrucción y la inocencia. La dualidad también encierra el cálculo político: el ejemplo de Tebas sirvió de advertencia para todas las demás ciudades griegas. Así, la cruel masacre se convirtió en una herramienta estratégica que Alejandro utilizó con fría racionalidad en sus posteriores campañas persas.
Aunque la imagen aparentemente conserva el recuerdo de la destrucción, también guarda el peso de ese momento histórico en el que la caída de una ciudad abrió una nueva era en la historia mundial. Así, la tragedia de Tebas se convirtió en símbolo del despiadado ejercicio del poder del monarca macedonio, y en la eterna pregunta: ¿acaso la gloria siempre pasa por la destrucción?
Alejandro en Gordión
- 50 x 50 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad"
- DISPONIBLE PARA COMPRA
La pintura es una de las piezas más poderosas y dramáticas del ciclo "Alejandro Magno – misterio y realidad" , donde el encuentro entre mito e historia estalla en la superficie del lienzo como fuerzas geológicas.
La composición está dominada por una franja azul y negra aguda que desciende por el centro del campo visual: el cielo y la tierra se abren para revelar el juicio divino.
Esta grieta no es otra cosa que la metáfora visual del nudo gordiano: el enredo irresoluble que Alejandro desató con su fuerza espiritual y su ingenio estratégico, no con el golpe de espada de la leyenda, sino con la comprensión de los secretos divinos.
La estructura rocosa, dorada en tonos ocres y marrones a la izquierda, evoca el pasado frigio: Gordias, el campesino elegido rey, es decir, el cumplimiento de la profecía divina por decisión de los sacerdotes. El oro aquí es símbolo de la elección, la promesa sagrada, a través de la cual brilla Sabazio, el Zeus frigio. El trozo de tierra ardiente y rojo fuego que aparece a la derecha simboliza la energía de Alejandro, el ardor de sus futuras conquistas: desde aquí parte el imperio que, por la voluntad de un solo hombre, se extiende sobre Asia.
La obra porta simultáneamente las marcas del drama que ocurre en el espacio terrenal y cósmico. El choque de colores y texturas evoca un cielo surcado por relámpagos: no es casualidad que, según la leyenda, Zeus confirmó su satisfacción con truenos y relámpagos tras la resolución del nudo.
Aquí la voluntad divina y la energía humana se funden en una: bajo el pincel de Tamás Náray aparece ese momento en que los hilos del destino convergen en las manos de un solo hombre. El contraste entre el rojo y el dorado porta la promesa de futuras conquistas, mientras que el gris blanquecino es el escenario de la profecía atemporal. Ante los ojos del espectador se revela ese momento mítico en que un hombre se convierte en gobernante, cambiando para siempre el destino del mundo.
"Alejandro en Gordión" no es una simple ilustración histórica, sino una visión arquetípica: la alegoría de vencer lo imposible.
El señor de los mares
- 80 x 80 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad"
- DISPONIBLE PARA LA COMPRA
El lienzo revela la puerta de un universo mítico: la luz cae como rayos dorados celestiales en la infinita profundidad del agua. La voluntad divina transforma la historia del mundo mortal. El flujo dorado evoca tanto la intervención sagrada como la grandeza de la victoria.
La visión está dominada por la sinfonía de los muchos matices de azul, desde el tono oscuro y ominoso de las profundidades marinas hasta el turquesa translúcido de las olas. Los fragmentos dorados incrustados en el azul –como los muros inexpugnables que rodean la isla– representan tanto la ciudad de Tiro como la fuerza titánica de la naturaleza. La línea divisoria entre el agua y el oro es en sí misma el dique construido por el ejército macedonio: un paso forjado por la voluntad humana entre el mito y la realidad.
Sin embargo, la pintura no solo celebra el esfuerzo humano, sino también la intervención divina de la naturaleza. La banda superior, disuelta en oro, evoca las dimensiones celestiales, desde donde Poseidón –el señor de los mares– eleva el dique con un solo gesto para ayudar a Alejandro, señor de las tierras. Las olas parecen llevar al ejército macedonio sobre sus hombros, irrumpiendo desde las profundidades azules hacia el reino de las leyendas.
Esta imagen no representa solo un momento histórico, sino el icónico instante de la alianza entre la naturaleza y el hombre: cuando el conquistador del mundo comprende que su imperio solo puede completarse con la aprobación de los dioses.
La composición, en la frontera entre el mito y la historia, flota ante nuestros ojos como una visión marina eterna.
La corona
- 80 x 80 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad"
- DISPONIBLE PARA COMPRA
La obra no es simplemente la representación de un objeto, sino la alegoría de una época: el poder y la gloria sumergidos en oro, pero condenados a la destrucción. La brillante textura dorada que domina la superficie de la imagen evoca a primera vista el resplandor de las conquistas: esa corona que, con sangre y voluntad de hierro, sometió al mundo bajo su dominio. Pero al observar más de cerca, la superficie agrietada y desmoronada ya es presagio de decadencia: la gloria que el tiempo y el sufrimiento humano desgastan lentamente.
En la parte superior de la composición se alzan formas oscuras y astilladas como picos ennegrecidos o torres quemadas, entre las cuales descienden cascadas de rojo sangre. Estas líneas rojas – gestos marcados y sin concesiones – evocan el precio de la conquista: la sangre derramada que late detrás de cada triunfo. El dramático contraste entre el cielo azul profundo y la cordillera negra intensifica el peso de la imagen, como si el propio cielo fuera testigo de la caída de la corona.
Así, la obra no solo registra la transitoriedad del poder, sino también una verdad atemporal: solo permanece lo que no surge del sufrimiento ajeno. La "Corona" es a la vez un monumento histórico y una advertencia moral: un memento encerrado en oro que invita al espectador a la auto-reflexión.
Entrada en Heliópolis
- 100 x 100 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad"
- VENDIDO
El resplandor dorado del lienzo, impregnado de polvo de oro, evoca la luz solar egipcia, esa luz deslumbrante y penetrante que desde el principio de los tiempos ha presentado la ciudad sagrada de Heliópolis como el hogar del dios Sol, Ra.
La textura de la pintura recuerda el testimonio grabado en la arenisca, en los muros indestructibles de los templos y en los obeliscos que se elevan hacia el cielo: las gloriosas capas de la historia sobre las que ahora se proyecta la figura de Alejandro.
La franja en blanco y negro a la izquierda, como un sello arcaico tallado en relieve, indica la sombra del dominio persa: el pasado, que ahora queda en segundo plano, y cuya huella resquebrajada contrasta con la monumentalidad dorada de la imagen. Desde aquí, la mirada se dirige hacia los signos centrales y coloridos: rituales simbólicos de coronación que bajo el pincel del pintor casi se convierten en emblemas.
Las pinceladas de rojo sangre que laten en el campo dorado evocan el momento sangriento y festivo de la proclamación de Alejandro como faraón: la paradoja de la conquista sin lucha, donde la espada es reemplazada por el ritual.
El gesto verde esmeralda que brilla en el espacio dorado del lienzo es el símbolo eterno de la elevación a hijo de Amón-Ra: el símbolo de la iniciación divina, que integró al conquistador macedonio en la línea de los faraones.
La franja amarilla y dorada que se despliega hacia la derecha representa los rayos del sol, y como el propio dios Sol, sella el destino de Alejandro.
La tensión entre colores y texturas —el rojo vivo, el verde de las gemas y el oro brillante— transmite el drama y la solemnidad del acto histórico.
Así, la pintura no es solo la crónica de una entrada, sino la jeroglífica visual de ese instante en el que Alejandro —el conquistador, el general— cruzó al reino del mito, y ya no fue solo un gobernante, sino un faraón iniciado y consagrado como hijo del dios Sol.
Persia
- 100 x 100 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad"
- DISPONIBLE PARA COMPRA
A primera vista, el lienzo cautiva al espectador: el resplandor cegador del oro domina el espacio; el mito del imperio se eleva ante nosotros. Esta luz atemporal y envolvente evoca la riqueza y el poder del Imperio Persa, que alguna vez fue el dominio más grande del mundo. Egipto, Siria, Asia Menor, Mesopotamia y la inmensidad del actual Irán se funden en este resplandor dorado; realmente vemos la textura de la eternidad.
La franja roja profunda simboliza el precio de la sangre que este poder pagó una y otra vez. Esta banda no solo lleva el recuerdo de guerras y batallas, sino también el del sacrificio, que está inscrito en el destino de todo gran imperio. Junto a ella, el destello turquesa evoca Egipto y el Nilo, ese río vital que fue a la vez camino, frontera y símbolo divino.
La pintura nos transporta a la época de Darío: la edad dorada del imperio, cuando se construyeron acueductos, templos y sistemas de escritura, cuando los soldados cruzaban puentes de barcos para conquistar nuevas tierras. Sin embargo, la superficie dorada aquí y allá ya se agrieta, se desgasta, y las sutiles sombras de la transitoriedad penetran en el esplendor que lo cubre todo.
Y es entonces cuando aparece Alejandro, quien cruza el Helesponto para enfrentarse a este mundo bañado en luz. El botín, los tesoros, la captura de la familia de Darío simbolizan la transferencia de poder. Pero el lienzo de Tamás Náray no evoca solo historia: la eternidad del oro proclama la inmortalidad del Imperio Persa, que aunque cayó, permanece para siempre en la memoria colectiva de la humanidad.
Esta obra, además de las conquistas, muestra que los imperios no son solo entidades políticas, sino tejidos de cultura, conocimiento, poder divino e inmortalidad, que brillan como luz dorada a través de todos los tiempos.
La leyenda de Darío
- 90 x 60 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- VENDIDO

El resplandor dorado del lienzo deslumbra al espectador a primera vista: el lujo y la riqueza del imperio persa se despliegan ante nosotros.
Sin embargo, esta luz envolvente no es pura ni homogénea: su superficie es agrietada, ondulada, inquieta, y detrás de la gloria late la sensación de inminente caída. Esta dualidad del oro refleja la situación de Darío: su poder parece inquebrantable, pero está sometido al avance de Alejandro.
Las tres franjas negras en la parte inferior del cuadro, como estaciones, evocan las etapas de la historia. La primera es la riqueza: la promesa de diez mil talentos de oro, que representaba la intención negociadora de Darío. La segunda es el imperio: la cesión de los territorios al oeste del Éufrates, con la que el rey persa buscaba librarse de la carga de la guerra. La tercera es la mano de su hija: la promesa de una alianza dinástica, que se convirtió en el gesto más íntimo de humillación.
Sin embargo, estas tres franjas no simbolizan la paz, sino más bien el camino victorioso del conquistador macedonio. Las palabras de Alejandro —“Si yo fuera Parmenión, yo también lo haría”— se reflejan claramente en la estricta composición de los motivos negros superpuestos: en lugar de paz, dominio total; en lugar de compromiso, la elección del destino divino.
En la parte superior, los tonos malva translúcidos evocan la grandeza de la existencia en el imperio, que se ocultaba tras la oferta de Darío. La vibración entre el púrpura y el oro mantiene al espectador en el límite entre lo divino y lo humano: ¿prometía la oferta la paz, o solo habría conducido a una nueva guerra?
La obra narra a la vez leyenda y realidad: la generosa oferta de Darío, la respuesta inflexible de Alejandro y ese momento histórico en que, en la frontera de dos mundos, se decidió que la voluntad divina guiaba la mano del rey macedonio.
El Despertar
- 100 x 120 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- VENDIDO
A primera vista, el lienzo transmite paz: un cielo suave y opalino, el silencio plateado de las montañas en el horizonte. Pero esta calma es engañosa. La banda central dorada de la imagen, que se extiende como un rayo divino, no solo porta belleza, sino el instante matinal de una historia. Es el momento en que Alejandro Magno, reviviendo de una herida mortal, tras una semana de inconsciencia, recupera lentamente el aliento. Susurros del más allá lo acompañan de regreso a la existencia: la orden de los dioses de someter a Constantinopla antes de que cierre los ojos nuevamente.
A la derecha de la imagen, el perfil de la ciudad construido con tonos negros y rojos ya es Constantinopla, una fortaleza envuelta en sombras pero aún resplandeciente, promesa y amenaza a la vez. Las manchas rojas, como sellos empapados en sangre, señalan el precio de la misión: la conquista nunca es pura. Los fríos tonos azules y grises que emergen detrás de las montañas llevan el silencio congelado del pasado heroico, mientras que el campo dorado representa la luz extática pero efímera del renacimiento.
Esta pintura es a la vez un homenaje a la fuerza de la voluntad humana y una advertencia sobre el peso de las misiones: el ascenso nunca está libre de pérdidas, y la voz divina no es mensajera de paz, sino de prueba. “El Despertar” no es solo una escena histórica, sino un himno visual a la eterna dualidad del poder y la mortalidad.
La voz del tiempo
- 92 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad"
- DISPONIBLE
A primera vista, el lienzo evoca el resplandor chispeante del disco solar, del que emerge una columna dorada, como una revelación divina en el abrasador campo de batalla.
La forma circular representa la eternidad, las líneas rectas que cruzan la parte superior en forma de cuña recuerdan el ciclo infinito del tiempo, en el que la decisión del momento sella los destinos.
En la composición, el brillo amarillo lo cubre todo, creando la ilusión de un calor abrasador, mientras que la columna central —un eje bañado en oro— se eleva como señal trascendental, cegando al adversario pero guiando a quien se atreve a escuchar la voz del Tiempo.
Los rojos y negros que dominan la región inferior portan la sangre de las batallas y la cruel destrucción, los elementos geométricos y las formas angulares aluden a la existencia fría y calculada del imperio de Darío. Los elementos azules y definidos, en cambio, abren un espacio de libertad: traen a la composición la promesa del cielo, la eternidad del triunfo, como si la providencia divina hubiera creado un espacio para la victoria de Alejandro Magno.
La pintura no representa la lucha en sí, sino esa aparición misteriosa cuando, en el flujo de la historia, se hace oír el Tiempo: de manera cegadora, implacable e infalible.
Este lienzo circular es el icono del tiempo: un recordatorio eterno de que el momento de la victoria no lo sella el hombre, sino la voz del Tiempo.
Camino a Amón
- 50 x 50 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad"
- DISPONIBLE
El espectador se encuentra bajo la luz cegadora del desierto: el oro abrasador y las capas de amarillo incandescente expanden el espacio de la imagen; el calor del camino infinito hacia el oasis de Siwa irradia a través de él. La superficie dorada no es solo un reflejo del sol: envuelve las formas centrales que se despliegan como un aura divina.
En el corazón de la composición surge una forma negra y vertical, que se eleva como puertas de templo en el resplandor. Los bloques oscuros de las columnas sagradas evocan las pruebas del camino de Alejandro: la dificultad, la sombra de la incertidumbre interior que tuvo que atravesar para llegar al oráculo de Amón.
Esta sombra oscura es atravesada por un gesto pictórico rojo y otro azul cobalto, poderosos. El color sangre es símbolo del altar carmesí, el color del poder y el sacrificio, otorgado al conquistador por el sumo sacerdocio. El azul, casi metálico y sobrenatural: el resplandor celestial, el sello del dominio sagrado.
Estos dos colores juntos encarnan el misterio del ritual: el encuentro del poder terrenal y divino.
La franja blanca que ilumina la parte superior de la composición representa la fuente de luz de la que hablan las fuentes antiguas: la prueba indiscutible de la presencia divina. La fusión del oro, el rojo, el azul y el negro no es otra cosa que la huella del nacimiento de una nueva identidad, el proceso de convertirse de hombre en hijo de dios.
Esta pintura no representa simplemente un viaje histórico, sino la historia de la iniciación más profunda: el momento en que el rey macedonio se enfrenta al misterio de su propio origen, y cuando en el oro abrasador del desierto nace el “hijo de Zeus”, es decir, en Egipto, el “hijo de Amón-Ra”.
La peregrinación
- 100 x 81 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad"
- DISPONIBLE PARA COMPRA
En la pintura titulada “La peregrinación”, el lienzo mismo se convierte en escenario donde mito e historia se entrelazan. El viaje de Alejandro hacia el oasis de Siwa no es simplemente un desplazamiento geográfico, sino un cruce sagrado, el paso de un destino humano hacia el orden divino. A primera vista, las superficies fragmentadas e inquietas del cuadro hablan de esta transición: el rojo representa la intensidad de la lucha y el tormento físico, el amarillo la promesa de la luz divina, mientras que la base blanquecina, que recuerda a la roca, evoca el rostro atemporal del desierto eterno y sólido.
Las líneas negras que gotean hacia abajo acercan al espectador la experiencia de la proximidad de la muerte, el agotamiento físico y la incertidumbre de la existencia. Es como si el propio lienzo se secara y desmoronara, como los labios del viajero en la arena ardiente. Y sin embargo: la oscuridad no engulle, sino que conduce - sirve como puerta, detrás de la cual brilla la luz dorada del dios Sol, la meta, la promesa de la iniciación.
En la peregrinación, la realidad y la visión, la debilidad humana y el apoyo divino se entrelazan. En la pintura tampoco hay límites nítidos: los colores se mezclan, se difuminan, se desvanecen. Esta disolución es en sí misma una experiencia sagrada, donde el hombre pierde sus coordenadas terrenales para encontrar su lugar en el orden de los dioses.
Así, “La peregrinación” se convierte en la alegoría de la perseverancia y la fuerza interior: para Alejandro - y para cada espectador - el mensaje del camino es que la mayor victoria no es conquistar el mundo, sino encontrar la armonía entre uno mismo y el destino.
El santuario de Amón-Ra
- 50 x 50 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad"
- VENDIDO
La pintura titulada “El santuario de Amón-Ra” es una huella visionaria del misterio de la iniciación. No es solo una referencia histórica al viaje de Alejandro al oasis de Siwa, sino también una evocación escénica del encuentro trascendental: el momento en que el mortal se convierte en hijo del dios Sol.
Las superficies tejidas de oro del cuadro evocan las energías vibrantes de la presencia divina, que envuelven al conquistador como campos invisibles e impenetrables. El semicírculo radiante en la parte inferior izquierda de la pintura es como un disco solar, del cual irradian rayos dorados – como haces de láser – que atraviesan y fragmentan la composición. Estas líneas evocan tanto el resplandor de la luz sagrada como el campo extático de la iniciación.
Las franjas blancas y verdes simbolizan la purificación y la renovación: la blancura calcárea evoca la losa de mármol del santuario, donde el conquistador recobra la conciencia, mientras que el tono verde laguna trae el agua de la vida, el renacimiento. Las grietas negras y doradas simbolizan las pruebas de la iniciación: las tensiones del cuerpo y el alma humanas, sin las cuales no podría establecerse la conexión divina.
La tensión presente en todo el lienzo - las estructuras fragmentadas, la irrupción violenta de los rayos - sin embargo, se funde en armonía bajo el resplandor dorado que lo abarca todo. Así, la pintura se convierte en la alegoría de la transformación sagrada: aquí Alejandro no es solo un conquistador, sino un ser que acepta su filiación divina, elevándose a una verdad de orden superior.
Así, el “santuario” no es solo un espacio, sino un estado interior: el del encuentro con lo eterno, en el que el rey se convierte en gobernante sagrado y el mortal en portador de la voluntad divina.
En las cadenas de las emociones
- 100 x 140 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA LA COMPRA
En la pintura titulada “En las cadenas de las emociones”, Tamás Náray revela ante nosotros el rostro conquistador del ser humano, el tirano ardiente que, sin embargo, es vulnerable, impulsado por deseos y también prisionero de sus propias pasiones. Desde el lienzo no nos mira el vencedor triunfante, sino el hombre desgarrado por contradicciones internas, que intenta conquistarse a sí mismo a través de la conquista del mundo.
El rojo ardiente del campo pictórico simboliza el fuego constante e inextinguible del alma: un mar de llamas devoradoras en el que coexisten la embriagadora exaltación de la gloria y el tormento de las dudas destructivas. La sección inferior, azul-verde-marrón, evoca las diferentes etapas de la existencia terrenal: mares, batallas, amores, huidas, todo aquello que ató al gobernante macedonio al mundo del cuerpo y la historia.
El cuadrado rojo, el motivo del altar, casi se hunde junto al planeta vibrante de tono fucsia: este es el planeta de las emociones, que simboliza la agitación del corazón, las olas de los deseos y los lazos. Así, la pintura no solo habla del mundo exterior del conquistador, sino también de su universo interior: de aquel hombre que, desde su relación ambivalente con su madre hasta el peso de sus amores y amistades, se sintió encadenado durante toda su vida.
En los colores vibrantes y los gestos poderosos reside la dualidad que también definió a Alejandro Magno: el cruel carnicero y el que otorga misericordia, el tirano y el amante, el comandante terrenal y el hijo divino. Las energías que brotan del lienzo hablan de una lucha interna interminable, de ese fuego que lo consumía cada día, pero que también lo hacía fuerte y memorable.
Cada vibración de la pintura evoca las palabras de Plutarco: “Alejandro amó en la tierra como Dios ama en el cielo.” Un conquistador que en realidad permaneció prisionero de su propio corazón. Un soñador loco, hijo de Zeus, que a la vez huía y se sentía atraído por esa llama que finalmente lo consumió.
La herencia
- 100 x 120 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA COMPRA
La pintura titulada “La herencia” es la imagen de la conclusión, el resumen final y simbólico de una obra de vida y de una época. La obra aquí ya no muestra el fervor de la conquista, ni la embriaguez de las victorias, sino la dualidad de la permanencia y la transitoriedad.
El casco de barco, que aparece como una silueta en el centro de la composición, alude tanto al arduo viaje de la existencia terrenal como al viaje eterno por el que todo ser humano – incluso un gobernante considerado de origen divino – debe pasar. El barco, que parece surgir de edificios, no es solo un medio de transporte, sino el portador del alma: un símbolo que, aunque azotado por las tormentas de la historia, aún permanece erguido con mástiles rectos.
El velo dorado de niebla del campo pictórico recuerda el origen divino del hijo de Zeus: los rayos del dios Sol iluminan el espacio de la creación. El oro evoca tanto la gloria como la ilusión de la transitoriedad: lo que es tangible se desmorona, pero la luz espiritual brilla eternamente.
La profundidad azul del mar simboliza la infinitud de la existencia humana, ese medio atemporal y devorador de todo en el que solo pueden permanecer las huellas de la herencia. El cuadrado rojo que emerge de las oscuras estructuras del casco del barco es el símbolo de la santidad del altar, la medida final: el único punto que tiene derecho a juzgar los actos terrenales de un hombre – de un conquistador, de un hijo de dios.
Sin embargo, la especial tensión del lienzo se disuelve en paz: en él se encuentran el oro y el azul, lo transitorio y lo eterno, lo terrenal y lo divino. Así, “La herencia” no es solo el epílogo de la historia de Alejandro Magno, sino también la alegoría de la eterna pregunta humana: ¿qué dejamos atrás cuando el cuerpo se desintegra, pero el espíritu sigue viviendo?
En el último día
- 120 x 100 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA COMPRA
La imagen se sitúa en el eje de dos mundos en tensión: los fragmentos arquitectónicos dorados y luminosos de la izquierda evocan el orden de la civilización terrenal, la gloria de imperios ya conquistados, mientras que las franjas rojo oscuro y azul cobalto de la derecha esconden los océanos oscuros de dimensiones temporales aún inexploradas.
En el centro de la composición, casi oculto, se percibe la tensión de una figura de espaldas. El arco que emerge de la avalancha de pintura roja —el escudo protector del Sol, que en realidad no es más que el símbolo y núcleo energético del tiempo infinito que se pliega sobre sí mismo— parece condensar todos los momentos del pasado y el futuro.
Aquí Alejandro Magno ya no es el general victorioso, sino el viajero que sabe que, al cruzar el tiempo, toda batalla y toda gloria se desvanecen en la niebla del pasado. La transición entre el dorado de la izquierda y el azul de la derecha es dramática, casi apocalíptica. Es el momento en que uno de los mayores personajes de la historia comprende: no hay más conquistas, solo el último viaje —a lo largo de las líneas fracturadas que cruzan diagonalmente el espacio, puente y eje entre dimensiones temporales— de regreso al origen, ante su Creador, ante sus dioses. Su misión ha terminado.
Esta pintura no es solo la representación visual del “último día”, sino un acorde final cósmico: el único momento tenso y silencioso de la infinitud del hombre y el tiempo.
La puerta
- 146 x 96 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra es parte del ciclo "'Imperator Ultimus' Alejandro Magno - misterio y realidad".
- DISPONIBLE PARA COMPRA
“La puerta” - es el punto final de la serie, la culminación de la historia, donde las conquistas, los sueños y las victorias se desvanecen y solo queda una pregunta: ¿qué nos espera al otro lado? La monumental pintura de Tamás Náray no solo trata del último momento de Alejandro Magno, sino de esa experiencia humana eterna que alcanza a todo mortal.
La puerta de luz que se abre en el eje vertical del lienzo es el símbolo de la dimensión trascendente. El resplandor etéreo, desplegado en tonos dorados y amarillos, parece que la fuerza divina misma fluye hacia abajo, impregnando cada vibración del espacio. El manto dorado y fluido de la región superior – casi como un baldaquino celestial – proclama la presencia del Creador. El fondo verde oscuro y azul, en contraste, evoca el espacio terrenal infinito, oscuro y desconocido del que finalmente emerge el héroe.
La figura solitaria – Alejandro Magno – se encuentra como una pequeña silueta en la luz cósmica. Detrás de él, las puertas de la historia se cierran; ante él, se abre la puerta de la eternidad. En su brazo aún está el escudo, atributo de protección y lucha, pero ahora, antes del paso final, es más una carga que una fuerza. El gesto del escudo parece indicar: incluso el mayor conquistador es humano, y como todos los hijos de los hombres, él también teme a lo desconocido.
Las luces que se reflejan en el suelo sugieren dualidad: evocan tanto el brillo de los triunfos terrenales como la promesa de las luces del más allá. La inmensa monumentalidad del espacio, la fragilidad de la figura y la armonía dramática de los colores enfatizan: la grandeza finalmente se convierte en soledad, y todos deben cruzar la puerta solos.
Esta pintura no es solo el cierre de la serie, sino también una alegoría universal. La puerta – el límite entre la existencia y la muerte, entre lo terrenal y lo divino – es el destino de todo ser humano. Así, la obra de Náray, a través de la historia de Alejandro Magno, evoca la pregunta más antigua de la humanidad: ¿qué nos espera al otro lado cuando la esclusa se cierra definitivamente tras nosotros?