Roxana
- 100 x 100 cm
- Óleo-oro-lienzo
- 2025, Sitges/Barcelona
- La obra forma parte del ciclo "Alejandro Magno 'Imperator Ultimus' - tras el mito y la realidad"
- DISPONIBLE PARA LA VENTA
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Esta obra de extraordinaria complejidad constituye una de las etapas más intensas y dramáticas del ciclo “Alexander Magnus – Imperator Ultimus”: pues no solo captura un episodio de la vida de Alejandro, sino también el arquetipo ancestral del destino femenino —la eterna fusión entre amor y muerte, deseo y fatalidad.
Al mismo tiempo, la creación visualiza un triángulo emocional que evoca tanto un drama amoroso como una iconografía sagrada: el pintor eleva los sentimientos terrenales al nivel del mito intemporal. El triángulo no se cierra, permanece abierto, indicando que la dinámica de las relaciones nunca halló sosiego y desembocó finalmente en una conclusión trágica. A través de esta simbología triangular, la obra no solo representa a Roxana, sino que despliega el universo emocional de Alejandro: la tensión perpetua entre los tres vértices del triángulo —la pasión, la amistad y el poder.
En el registro superior, un horizonte dorado-amarillento y, sobre él, un cielo luminoso y ondulante sugieren una promesa, una esperanza: el destino de Roxana, al principio, portaba realmente la promesa del triunfo y la elevación. La joven bactriana, cuya belleza se volvió leyenda, cautivó el corazón de Alejandro: en su matrimonio se unieron Oriente y Occidente, el mundo macedonio y el persa.
Sin embargo, la esencia de la pintura no reside en el horizonte, sino en la hendidura oscura del centro, que remite a la profundidad del principio femenino. Este espacio negro, que el artista evoca con audacia como símbolo de la feminidad, alude tanto a la fuente de la vida como al torbellino de la destrucción.
Una madre, al otorgar la posibilidad de la vida, concede también la inevitabilidad de la muerte.
En la figura de Roxana se encarnan simultáneamente la fertilidad, el amor y la tragedia. Es la madre que da vida —al traer al mundo a Alejandro IV— y, al mismo tiempo, la mujer que fue encarcelada y asesinada; así, ella misma se convierte en una especie de caverna sacrificial, escenario de vida y muerte. Pero esa profundidad oscura no solo refleja la corporalidad de Roxana, sino también el lado sombrío de la relación, cargado de celos y posesión. A su alrededor laten tonos rojizos y carmesíes: las llamas del amor, los signos del fervor de Alejandro. Ese rojo, sin embargo, no es uniforme: a veces brilla, a veces se apaga, mostrando el pulso del deseo y la incertidumbre.
Entre los rojos y negros irrumpen manchas turquesas, como luces celestes que destellan sobre una herida: simbolizan a la vez el breve resplandor de la esperanza y los giros implacables del destino, pero también aluden a la presencia espiritual y anímica de Hefestión. Esas luces frías evocan no solo la razón y la camaradería del estratega, sino también la pureza intemporal del vínculo íntimo entre hombres.
En la historia de Roxana, poder y amor se funden en una mezcla fatal: el don divino inicial terminó siendo presa de intrigas políticas y de la lucha de los hombres por el poder.
La gama cromática de la pintura —el rojo ardiente de la pasión, el negro abismal del peligro y el dorado que insinúa la promesa del horizonte— resume toda una vida. El negro y el rojo son Roxana: corporalidad, deseo, celos; el turquesa es Hefestión: amistad, comunión espiritual, pureza; y el dorado es Alejandro: el rey desgarrado por esas dos fuerzas, que lo arrastran inexorablemente hacia su destino.
Así, la figura de Roxana no es solo un personaje histórico, sino un arquetipo: la belleza que eleva y destruye, la madre que da vida y la pierde, la reina que encarna al mismo tiempo el triunfo y la ruina.